13 de julio de 2010

Mad about Malabo...

Malabo huele a tierra, sal y fruta madura; huele a mar, a bochorno y a asfalto... a picante y a peces, huele a calma, huele "despacio"...

Malabo huele a exclusividad y pobreza; sugiere dolor, tradición y nobleza; es sincera, es lenta, Malabo no miente, expone abierta sus entrañas y enseña de primeras todos sus colores, sus luces y sombras. Es despistada; trae consigo una bocanada de desorden que trastoca tus sentidos y tu percepción.

Malabo es verde, roja y negra, es la alegría y la fiesta, la conciencia y la miseria. Malabo sangra gotas de vida, de esperanza y de fuerza; suena a realidad y a música de tambores.

Malabo te da la bienvenida y te secuestra sin que apenas lo notes, sin darte cuenta y luego resulta que (zalamera ella), "te" roba, te chantajea... y al dejarla, lloras porque sientes sus brazos de amante desconsolada asiéndote con garras de fuego mientras desde el avión, ves alejarse la frondosa isla. Tan verde, tan pequeña... (¡tan grande!), que te dice que regreses cuando tú siquiera sientes que te has ido... que te implora que desandes tus pasos...

Malabo te atrapa, te reclama. Y al marcharte nada, ningún otro lugar en el mundo, puede hacerte dejar de sentir que vuelves a "ninguna parte" enfermo, huérfano... que tu alma está amputada y te sorprendes mirándote a ti mismo, buscándote y encontrando "la nada". Sabiendo que, necesitas regresar cuanto antes a buscar en sus calles los pedazos de vida que allí dejaste.

Y da igual cuándo... eso no importa. Porque como el poso postrero e imborrable en el fondo de una taza, sólo existe en tu mente un único y pertinaz pensamiento...

Volver a casa... regresar a Malabo...

Eyin