Abro los ojos y palpita mi corazón... me sudan las manos y no acierto a encontrar mis gafas en la mesilla. No sé qué hora es. El despertador, pese a mi noche de vigilia, no ha llegado a sonar. Las 7:30... Busco el mando de la tele... anoche lo tenía en mi mano antes de caer rendida casi sin darme cuenta y expectante ante los resultados electorales, a eso de las tres de la madrugada. ¡Aquí está!
Con un nudo en la garganta, temerosa de recibir una nueva (e inaguantable) decepción, enciendo el televisor: ¿Canal Cocina? ¡No, por favor! Cambio de canal casi sin pensar, pues supongo que cualquier canal, de cualquier país del mundo, debería estar hablando de ello... Contengo la respiración...
En efecto, ahí está, la bandera de los Estados Unidos con sus barras y estrellas, ondeando en la pantalla junto con los porcentajes de voto.
Sigo sin emitir exhalación alguna, y al fin veo a Obama sonriente, triunfante, recio... “Ha tomado mucho tiempo, pero esta noche... el cambio ha llegado a Estados Unidos", dice el presidente electo en Chicago, nte una multitud jubilosa por la victoria.
Es justo en ese momento cuando mi respiración toma conciencia. Cuando por fin mis piernas tiemblan y ese nudo en mi garganta se torna en lágrimas... lágrimas derramadas sin quererlo, lágrimas de orgullo y reconocimiento, de conciencia y curación, de redención, lágrimas al fin y al cabo libres, libres de estigmatización, de dolor...
Perpleja y abrumada por la sensación de triunfo, permanezco inmóvil, aterida... y no logro pensar; mi mente evoca sin quererlo a aquellos jóvenes y ancianos negros de los campos de algodón, a aquel niño esclavo que nunca conoció hogar más que el de su “amo”.
A aquellas miles de personas que hace poco más de un siglo, jamás hubiesen siquiera fantaseado con algo parecido a esto: Que el país que los conminó a la miseria y la esclavitud, que la gente que les trajo obligados en las peores condiciones físicas, psíquicas y espirituales, erigiría a uno de los suyos, a un ser infrahumano, considerado un “sin derecho a nada” en aquellos tiempos, presidente de esa misma tierra, la mayor potencia del mundo.
Y continúo divagando por los ecos de la historia hasta llegar a tiempos mas cercanos, abolida ya la esclavitud, y tiemblan mis manos mientras hago la cama, porque el solo hecho de pensar que ese mismo país, que en la década de los 60 discriminaba con sus míseras leyes segregacionistas a todo aquel que fuera negro (sin permitirle siquiera votar), hoy proclama presidente a Obama, (un afro-descendiente, un negro) hace que todo adquiera en mi mente un aire esperanzador, que todo merezca la pena. Y aunque Estados Unidos no es mi país, aunque me encuentre a miles de kilómetros de ese Grant Park de Chicago, sonrío abiertamente, y ¡qué demonios!, río como aquellos que aclaman a Barack, y mi corazón late al mismo ritmo que el suyo. Porque siento que sí hemos podido, lo hemos logrado.
Y me visto tranquila y feliz para ir al trabajo, pensando que ese murmullo televisivo que oigo desde el baño mientras me peino, no habla de una victoria individualista y parcelada para los estadounidenses. Es el triunfo de todos los que como yo, creemos en el cambio, en el derecho a ser vistos y oídos, derecho a ser fuertes... en el derecho a “ser”.
Y el eco de ese murmullo me acompaña hasta el tren de camino a la oficina, mientras vuelvo a vibrar al ver en la portada de todos los diarios la gran noticia, y ese eco me dice, que yo también puedo, que yo también soy Obama.
Eyin
simplemente precioso...bonitas palabras,explicas un sentimiento que muchos sentimos aquella madrugada...que si se puede y que todo en esta vida se puede llegar a alcanzar
ResponderEliminar